Ruta al Despoblado de San Román.
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Peraleda y San Román fueron dos poblaciones que caminaron grandes temporadas juntas. El origen de ambas es un poco confuso, el caso es que en el Siglo XVI San Román se despuebla hasta desaparecer.
Sus habitantes se trasladan a Peraleda. Según cuenta la leyenda fueron hormigas grandes y rojas las culpables de tal hecho.
Va a ser en 1842 cuando se produce el cambio de nombre de Peraleda para recoger el apellido de San Román, seguramente en reconocimiento a una vinculación histórica que no querían olvidar.
La vieja población busca su hueco en el tramo final del Río Gualija, con el valle bien abierto y en un paso natural que permanece en óptimas condiciones gran parte del año.
Desde Peraleda hay poco mas de dos kilómetros. Se coge un camino que parte desde la entrada del pueblo, pasando las pistas polideportivas a la derecha. A la salida del casco urbano el camino aparece asfaltado un buen trecho.
Luego hay un cruce que debemos tomar a la derecha para iniciar un vertiginoso descenso por una pista en perfecto estado, practicable por cualquier vehículo y reforzada con hormigón el los sitios mas complicados..
Mientras bajamos vamos contemplando el bello paisaje que esconde el fondo del valle. Los alisos marcan el curso del río y según temporada marcan perfiles y colores diversos, pero siempre poniendo contrapunto a la manta arbustiva y los bosques de encinas y alcornoques dominantes.
Cuando acabamos de descender empiezan a asomar los restos que han ido dejando los tiempos. La minería parece la actividad que mas ha estado relacionada con el lugar y los primeros edificios que vemos estuvieron relacionados con estas labores.
Se conserva la piscina para lavados, varias casas de grandes dimensiones y el diseño particular de la industria minera. De momento no hay datos fehacientes de su última utilización.
Todo está vallado por seguridad ya que hay varios pozos, también vemos escombreras y un sinfín de detalles que relatan la vida de los hombres que buscaron minerales en las entrañas de estas tierras; cobre y plomo básicamente.
De San Román dicen que tiene su origen en la época romana, aunque no se descarta que pudiese haber un asentamiento anterior. Han aparecido varias lápidas romanas en sus ruinas y muchas piedras transmiten las características propias de los sillares.
Enseguida nos encontramos con muchos rastros entre las paredes y las pocas casas que se mantienen vivas. Es habitual topar con grandes piedras entre las paredes de las cercas y construcciones que se salen del uso agrícola del entorno.
Destaca una que se compone de grandes piedras. Todo está bastante salvaje pero en el interior conserva una pequeña hornacina rodeada de grandes piedras que la cierran por todas partes. Como un gran mazacote, como un puzle compuesto de piezas gigantes de piedra.
Otra cosa que llamará la atención poderosamente es el calibre de muchos olivos de la zona. No son ni uno ni dos, son al menos una docena los que pasan de lo descomunal.
Los restos mas visibles se identifican con la antigua Iglesia de San Román, de la que queda en pie una de las paredes, la que haría de frontal de entrada al templo. El lienzo que se sostiene en pie es mucho mas ancho que los arranques de los muros laterales. Queda una gran puerta en la podemos apreciar la robustez de la ruina.
En sus inmediaciones hay muchos restos antiguos; entre los mas visibles ruedas de molino, lo que puede ser un miliario, grandes piedras a modo de sillares, pilas… y todo en granito, que es la roca dominante en la pared este del valle.
El rio Gualija está muy cerca y es obligatorio acercase a él. Dependiendo de la época del año encontraremos una personalidad bien distinta. Con las lluvias casi que no se podrá pasar pues el badén no tiene mucha altura y seguro que salta por encina.
Nada que ver con la primavera o el verano. La explosión de color son el otoño, mientras la hoja cae y el árbol se desnuda. Todos los días son distintos.
El agua y los alisos y fresnos del bosque que hay a lo largo de la rivera podrán la música y el color en nuestro acercamiento a la madre del valle.
Para completar la excursión nos acercamos al conocido como Puente Romano. Está como a medio kilómetro aguas abajo.
Para llegar es recomendable pasar el río y desviarse por el primer camino a la derecha que transcurre paralelo al curso de río.
Es un trayecto encantador que circula unos metros por encima en perfiles casi verticales. Ello nos da unas vistas preciosas del conjunto.
Pero cuando estamos en el puente es cuando de verdad abrimos nuestro ánima de par en par para recibir las sensaciones, emociones y vivencias que despiertan un sitio como este.
Lugares de paso de gentes diversas culturas y trajines, de todos los tiempos y en todas direcciones…
Aprovecha el estrechamiento que forman dos grandes afloraciones rocosas enegrecidas por el agua en la que asienta sus pies.
Es de un solo ojo realizado en ladrillo. De una gran plasticidad por la gran altura que tiene, lo que también nos da una idea de las grandes avenidas que se pueden formar. Por el lado de la izquierda tiene un muro de contención de mas de treinta metros, no muy alto, que evita que el río se salga al camino.
El relleno es de un conglomerado de piedras mas o menos irregulares. El remate se hace con grandes piedras de granito que forman un pretil precioso.
Unos metros antes de llegar el camino se enlosa de rollos de río y de grandes lanchas de granito, que seguramente sea el suelo original de todo el conjunto.
La tabla que forma el río debajo del puente presenta un marco incomparable para los amanates de la naturaleza, no es raro ver algún pez buscando escondite o rastros de animales salvajes.